martes, 25 de marzo de 2014

Sobre el acto de viajar

Hace poco he vuelto del viaje más largo que he hecho en mi vida, y voy a aprovechar para intentar retomar la escritura y de paso resucitar un poco este blog-cuaderno de notas.

No quiero pararme a poner por escrito todos los detalles del viaje. Han sido muchas cosas visitadas y muchas anécdotas y aparte de que llevaría mucho tiempo y de que solo serviría para aburrir a cualquier lector perdido que asome por este rinconcillo mío, me da una pereza horrible hacer eso.

                Hoy quiero escribir sobre viajar, en general, sobre por qué me gusta viajar. Y mira que es raro que yo diga esto, con lo que a mi me gusta estar en casa con mi ordenador, mis libros y mi playstation. Pero es que viajar es algo necesario. Pocas cosas hay que te hagan ganar más experiencia de un golpe que tener que desenvolverte solo en un país donde no hablan tu idioma; y pocas cosas hay que te abran más la mente que visitar otros lugares y comprobar que allí también vive gente, y que ellos ven y viven la vida de forma diferente a como lo haces tú. En definitiva, viajar te hace crecer como persona.

                Cuando me pongo a echar la memoria hacia atrás me parece mentira. Hace poco apareció por casa una cajita que tenía donde guardaba cosas que quería conservar, y dentro estaba el billete de autobús de la primera vez que fui -bueno, me llevaron- a Madrid. Era de 2003. Quién le iba a decir a ese cateto de pueblo que alucinó al salir del metro en plaza Castilla y ver las torres Kio que casi once años después iba a estar peleándome por teléfono con una operadora, en inglés, para cambiar los billetes de avión porque una tormenta nos ha dejado, a mi y a la persona que me llevó a Madrid aquel día, aislados en una isla de la costa de Australia.

                Hay gente que no viaja porque le da miedo, o porque no sienten ninguna necesidad o curiosidad por salir de su zona de confort. Otros, creo que muchos, porque les falta el tiempo, el dinero, o las dos cosas. Yo creo que nunca he tenido espíritu aventurero, pero desde que lo probé la primera vez le he cogido el gustillo a visitar sitios que no conozco. Aunque a veces me queje, aunque los días antes de salir sienta angustia y me de pereza abandonar la comodidad del hogar. De todos los viajes se saca algo positivo; incluso cuando te pasan cosas desagradables, sacas la experiencia, el saber qué hacer o qué esperar cuando te pase algo parecido y la satisfacción y autoconfianza por haber sabido resolver una situación complicada.

                Tuve la suerte de poder viajar y residir en el extranjero durante mi doctorado, y ahora tengo la suerte de tener un trabajo que me obliga a viajar. Seguro que no diré esto dentro de dos semanas cuando me tenga que pegar 10 horas conduciendo para ir a Polonia a instalar uno de los cacharros que vende mi empresa, pero no me voy a quejar: gracias a esto he podido cumplir dos de mis sueños, que era ir a Japón y a Australia y dentro de poco tengo que ir a Canadá y a Corea. Sería un auténtico imbécil si me quejara porque me obligan a salir y ver mundo. Viajar me ha dado recuerdos y experiencias impagables: sentirme como una mota de polvo insignificante al ver cómo una tormenta lejana parte en dos el cielo y el horizonte mientras te llevan en una lancha rápida por el caribe atlántico desde isla Saona hasta Punta Cana; sentir el inmenso poder de la naturaleza al escuchar el atronador rugido del agua en las cataratas de Iguazú; las lágrimas de emoción en una aldea paupérrima de Misiones, Argentina, al ver la alegría de un niño enseñándole a su madre el paquete de galletas que le diste cuando te pidió dinero en la puerta del autobús; sentirte perdido en el galimatías del metro de Tokyo, en una estación por la que pasan al día 3 millones y medio de personas sin rozarse siquiera; caminar por la orilla del Sena pasando frío pero agarrando la mano de la persona a la que un día le prometiste que la llevarías a Paris; ver la puesta de sol en el cabo de San Vicente mientras imaginas galeones y batallas navales que solo has visto en libros; no poder parar de fotografiar el Opera House desde el ferry en el que estás cruzando la bahía de Sydney porque no te terminas de creer que estás allí, en la otra jodida punta del mundo. Y los que me dejo, y los que quedan por venir.

                Sirva este escrito como consejo para los escasos lectores extraños de este blog, y sobre todo para mi yo futuro si dentro de unos meses o años relee esto. Viaja. Viaja todo lo que puedas, que el mundo es muy grande y la vida muy corta. 

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