EEUU y
Canadá son dos países que, al menos para el visitante ocasional y breve, como
es mi caso, se parecen mucho tanto en lo físico como en lo cultural. En estos
sitios siempre tengo la sensación de estar dentro de una película o de una
serie. Nos vemos bombardeados tan constantemente con la cultura norteamericana
desde el cine y la televisión que cuando uno viaja allí todo resulta familiar y
conocido. Nada te sorprende realmente, salvo quizá el constatar que lo que te
llega desde la tele y el cine está de verdad todo aquí: la gente lleva esos
coches estilo pick-up enormes y con
la matrícula personalizada, los camiones son de esos con morro y dos tubos de escape
verticales al lado de las puertas y en los restaurantes tienen esas mesas con
asientos acolchados fijos pegados a la pared y te atienden camareras con
delantal de bolsillos y una cafetera en la mano, siempre solícitas y sonrientes
y preguntando cada tres minutos si necesitas algo, no vaya a ser que las dejes
sin propina. El tema del servicio que se estila por aquí choca un poco al
principio: suelen ser muy rápidos tanto al atender como al preparar la comida,
todo lo contrario que en Alemania. Esto se explica por el sistema de sueldos
bajos que se complementan con la propina que tienes que dejar si no quieres
quedar como un tacaño y un imbécil. Está muy bien pensado: el dueño se ahorra
un dinero y al mismo tiempo empuja al empleado a trabajar más, ser más rápido y
más amable para que la propina sea más generosa.
Una
cosa que choca es la multiculturalidad. En Europa no estamos acostumbrados a
ver negros trajeados saliendo de la oficina o paquistaníes con barba y turbante
tras el mostrador de una MacStore. Quizá en Francia o en Reino Unido sí sea
esto más habitual debido a sus recientes imperios coloniales y a la gran
cantidad de inmigración recibida desde las excolonias, pero en España los
negros están en el mercadillo vendiendo bolsos y los paquistaníes son los que
te preparan los kebabs. Nos queda mucho por hacer aún en el tema de la
integración. Por lo demás, te encuentras a todos los tipos y estereotipos de
gente que has visto cien veces en las películas: el negro graciosete que se
mueve como bailando, el abuelo entrañable con gorra, riñonera y su chaleco de
pescador, la latina madura que limpia en el hotel, el yupi trajeado con maletín
que mira a todo y a todos por encima del hombro, el policía con cara de malas
pulgas que trata a todos como terroristas en el aeropuerto (poca broma con
estos ¿eh? Si les sonríes es peor), el negro con camiseta donde caben dos como
él, tiro de los pantalones por las rodillas y que anda como si los huevos le
fueran dando campanazos ahí también… etc, etc. Podría seguir y seguir, porque
llevo cinco horas en el aeropuerto esperando mi vuelo y he estado como si
sueltas a Felix Rodríguez de la Fuente en parque jurásico: observando la fauna.
Otra cosa que no por manida deja de chocar es la cantidad de gordos. Pero no
gordos como yo: lo mío es una gordura europea que no tiene nada que ver. Los de
aquí son gordos superlativos, de panzas descomunales, papadas dobles y carnes
fofas. En España también hay de esos, pero por norma general son pocos y están
así porque tienen problemas metabólicos. Aquí su abundancia apunta a otros
motivos, no necesaria ni exclusivamente médicos. Muchos para moverse usan un
carrito eléctrico en el que van sentados porque no pueden andar más de 20
metros sin parar a tomar aliento, los pobres. Una vez vi a uno de estos en un
supermercado que se estaba cargando la cesta del carrito con donuts de crema y
otras guarrindongadas. Diría el hombre que ya de perdidos al río. En Canadá
menos, pero en los USA se ven de estos a patadas.
En este
viaje he estado en Montreal y en Michigan, en una ciudad cercana a Detroit. Como
decía, las diferencias físicas entre los dos países son poco apreciables.
Casas, carreteras, coches, rascacielos, tiendas, restaurantes… todo parece
cortado con el mismo patrón en los dos sitios. En lo cultural también se
parecen mucho, aunque hay diferencias si sabes prestar atención a los detalles
y a la gente. Canadá es un país bilingüe, se habla inglés y francés, más de uno
que de otro dependiendo de la región y Montreal es la ciudad más francófona de
todas. El ver todos los carteles en francés, y escucharlo en la gente, le daba
a todo un aroma europeo que se me antojaba irreal en tanto estéticamente seguía
teniendo la sensación de estar en cualquier telefilm ambientado en Boston. En
Montreal me llamó mucho la atención el mal estado de conservación de las
infraestructuras: el cemento de las aceras y el asfalto de las calles estaban
llenos de grietas y socavones enormes y la mayoría de los pilares y paneles de
hormigón que forman los puentes de las autopistas se veían muy degradados y
parecían a punto de deshacerse. Luego me di cuenta de por qué era esto: el
hielo lo revienta todo. Durante los días que estuve allí, la temperatura máxima
estuvo en torno a los -6°C a pesar de que ya era oficialmente primavera (fue al
principio de abril). Sin embargo, el día antes de mi llegada habían estado a
unos agradables y soleados 17 grados. En verano pueden llegar a los 35 y en
invierno casi a los -40; supongo que estas diferencias de temperatura son
demasiado hasta para el mejor hormigón.
No
puedo dejar de comentar otra cosa que me llama mucho la atención en los EEUU:
todo está pensado para que la gente se mueva en coche. Los supermercados, los
restaurantes y hasta las farmacias se instalan en locales enormes al lado de
explanadas enormes para aparcar y junto a las carreteras. En algunas calles no
hay ni aceras y si quieres ir andando a algún sitio tienes que hacerlo por la
calzada pegado al bordillo que delimita los jardines de las casas. También es
verdad que muchas veces las distancias son tan largas que ni se te pasa por la
cabeza ir andando, pero muchas veces no tendrías esa opción aunque quisieras.
No sé por qué es esto, pero me parece bastante triste. El sistema de transporte
público es penoso, por normal general, y no es fácil moverte si sólo dependes
de él. Los usuarios del transporte público suelen ser la gente muy pobre: allí
si no tienes coche eres un paria. La excepción a esto son los hípsters o
“neo-hippies” que se mueven en bici siempre que pueden y los habitantes de
ciudades grandes de verdad, donde usar el metro te evita los atascos.
Respecto
al carácter de la gente, en los dos sitios tuve la sensación de que la
tendencia general es hacia el individualismo: la gente va a lo suyo y le
importa un carajo lo que pase a su alrededor. Probablemente esta sensación la
podemos tener en cualquier ciudad grande del mundo estos días, pero hay algo
allí que me la exagera y que no sabría describir bien. Quizá sea el punto
arrogante que se deja ver cuando te hablan o la seguridad en sí mismos que
destilan tanto sus palabras como su entonación y sus gestos. Esto último es
especialmente remarcable en el caso de los estadounidenses, donde es fácil
encontrar ese patriotismo y ese desprecio por todo lo foráneo que les da el
creerse (o saberse) ciudadanos del país más poderoso del mundo (aunque nos
pese).