viernes, 20 de septiembre de 2013

Por qué no soy cristiano

Esto es un extracto del prefacio de un libro que acabo de empezar a leer, "Por qué no soy cristiano" de Bertrand Russell. Promete ser interesante, cuando menos.

Creo que todas las grandes religiones del mundo —el budismo, el hinduismo, el cristianismo, el islam y el comunismo— son a la vez mentirosas y dañinas. Es evidente, como materia de lógica que, ya que están en desacuerdo, sólo una de ellas puede ser verdadera. Con muy pocas excepciones, la religión que un hombre acepta es la de la comunidad en que vive, lo cual hace obvio que  la  influencia  del  medio  es  la  que  le  ha  llevado  a  aceptar  la  religión  en  cuestión.  Es cierto que la escolástica inventó lo que sostenía como argumentos lógicos que probaban la existencia de Dios, y que esos argumentos, u otros similares, han sido aceptados por muchos filósofos eminentes, pero la lógica a que apelaban estos argumentos tradicionales es de una anticuada clase aristotélica rechazada ahora por casi todos los lógicos, excepto los católicos.  Hay  uno  de  estos  argumentos  que  no  es  puramente  lógico.  Me  refiero  al  argumento  del  designio.  Sin  embargo,  este  argumento  fue  destruido  por  Darwin; y, de todas maneras, sólo podría ser lógicamente respetable mediante el abandono de la omnipotencia de Dios. Aparte de la fuerza lógica, para mí hay algo raro en las valuaciones éticas de los que creen que una deidad omnipotente, omnisciente y benévola, después de preparar el terreno mediante muchos millones de años de nebulosa sin vida, puede considerarse adecuadamente recompensado por la aparición final de Hitler, Stalin y la bomba H.

La cuestión de la verdad de una religión es una cosa, pero la cuestión de su utilidad es otra. Yo estoy tan firmemente convencido de que las religiones hacen daño, como lo estoy de que no son reales.

El daño que hace una religión es de dos clases, una dependiente de la clase de creencia que se considera que se le debe dar, y otra dependiente de los dogmas particulares en que se cree. Con respecto a la clase de creencia, se considera virtuoso el tener fe, es decir, tener una convicción que no puede ser debilitada por la prueba en contrario. Ahora bien, si la prueba en contrario ocasiona la duda, se sostiene que la prueba en contrario debe ser suprimida. Mediante tal criterio, en Rusia los niños no pueden oír argumentos en favor del capitalismo, ni en Estados Unidos en favor del comunismo. Esto mantiene intacta la fe de ambos  y  pronta  para  una  guerra  sanguinaria.  La convicción  de  que  es  importante  creer esto  o  aquello,  incluso  aunque  una  investigación  libre  no  apoye  la  creencia, es común a casi todas las religiones e inspira todos los sistemas de educación estatal. La consecuencia es que las mentes de los jóvenes no se desarrollan y se llenan de hostilidad fanática hacia los que tienen otros fanatismos y, aun mas virulentamente, hacia los contrarios a todos los fanatismos. El hábito de basar las convicciones en la prueba y de darles sólo ese grado de seguridad que la prueba autoriza, si se generalizase, curaría la mayoría de los males que padece el mundo. Pero, en la actualidad, la educación tiende a prevenir el desarrollo de dicho hábito, y los hombres que se niegan a profesar  la creencia en algún sistema de dogmas infundados no son considerados idóneos como maestros de la juventud.

Los  anteriores  males  son  independientes  del  credo  particular  en  cuestión  y  existen igualmente en todos los credos que se ostentan dogmáticamente. Pero también hay, en la mayoría de las religiones, dogmas éticos específicos que causan  daño definido. La condenación católica del control de la natalidad, sí prevaleciese, haría imposible la mitigación de la pobreza y la abolición de la guerra. Las creencias hindúes de que la vaca es sagrada y  que  es  malo que las viudas  se  vuelvan  a  casar  causan un sufrimiento innecesario. La creencia comunista en la dictadura de una minoría de Verdaderos Creyentes ha producido toda clase de abominaciones.       


Se nos dice  a  veces  que  sólo  el  fanatismo  puede  hacer eficaz un grupo social. Creo que  esto  es  totalmente  contrarío  a  las  lecciones  de  la  historia.    Pero,  en  cualquier  caso, sólo los que adoran servilmente el éxito pueden pensar que la eficacia es admirable sin tener en cuenta lo que se hace. Por mi parte, creo que es mejor hacer un bien chico que un mal grande. El mundo que querría ver sería un mundo libre de la virulencia de las hostilidades de grupo y capaz de realizar la felicidad para todos mediante la cooperación, en lugar de  mediante la lucha. Querría ver un mundo en el cual la educación tienda a la libertad mental en lugar de a encerrar la mente de la juventud en la rígida armadura del dogma, calculado para protegerla durante toda su vida contra los dardos de  la prueba imparcial. El mundo necesita mentes y corazones abiertos, y éstos no pueden derivarse de rígidos sistemas, ya sean viejos o nuevos.

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