Esto es un extracto del prefacio de un libro que acabo de empezar a leer, "Por qué no soy cristiano" de Bertrand Russell. Promete ser interesante, cuando menos.
Creo
que todas las grandes religiones del mundo —el budismo, el hinduismo, el
cristianismo, el islam y el comunismo— son a la vez mentirosas y dañinas. Es
evidente, como materia de lógica que, ya que están en desacuerdo, sólo una de
ellas puede ser verdadera. Con muy pocas excepciones, la religión que un
hombre acepta es la de la comunidad en que vive, lo cual hace obvio que la
influencia del medio
es la que
le ha llevado
a aceptar la
religión en cuestión.
Es cierto que la escolástica inventó lo que sostenía como argumentos
lógicos que probaban la existencia de Dios, y que esos argumentos, u otros
similares, han sido aceptados por muchos filósofos eminentes, pero la lógica a
que apelaban estos argumentos tradicionales es de una anticuada clase
aristotélica rechazada ahora por casi todos los lógicos, excepto los
católicos. Hay uno de estos
argumentos que no
es puramente lógico.
Me refiero al
argumento del designio.
Sin embargo, este
argumento fue destruido
por Darwin; y, de todas maneras,
sólo podría ser lógicamente respetable mediante el abandono de la omnipotencia
de Dios. Aparte de la fuerza lógica, para mí hay algo raro en las
valuaciones éticas de los que creen que una deidad omnipotente, omnisciente y
benévola, después de preparar el terreno mediante muchos millones de años de
nebulosa sin vida, puede considerarse adecuadamente recompensado por la
aparición final de Hitler, Stalin y la bomba H.
La
cuestión de la verdad de una religión es una cosa, pero la cuestión de su
utilidad es otra. Yo estoy tan firmemente convencido de que las religiones
hacen daño, como lo estoy de que no son reales.
El
daño que hace una religión es de dos clases, una dependiente de la clase de
creencia que se considera que se le debe dar, y otra dependiente de los dogmas
particulares en que se cree. Con respecto a la clase de creencia, se
considera virtuoso el tener fe, es decir, tener una convicción que no puede ser
debilitada por la prueba en contrario. Ahora bien, si la prueba en
contrario ocasiona la duda, se sostiene que la prueba en contrario debe ser
suprimida. Mediante tal criterio, en Rusia los niños no pueden oír argumentos
en favor del capitalismo, ni en Estados Unidos en favor del comunismo. Esto
mantiene intacta la fe de ambos y pronta
para una guerra
sanguinaria. La convicción
de que es
importante creer esto o
aquello, incluso aunque
una investigación libre
no apoye la
creencia, es común a casi todas las religiones e inspira todos los sistemas de educación
estatal. La consecuencia es que las mentes de los jóvenes no se
desarrollan y se llenan de hostilidad fanática hacia los que tienen otros
fanatismos y, aun mas virulentamente, hacia los contrarios a todos los fanatismos.
El hábito de basar las convicciones en la prueba y de darles sólo ese grado
de seguridad que la prueba autoriza, si se generalizase, curaría la mayoría de
los males que padece el mundo. Pero, en la actualidad, la educación tiende
a prevenir el desarrollo de dicho hábito, y los hombres que se niegan a
profesar la creencia en algún sistema de
dogmas infundados no son considerados idóneos como maestros de la juventud.
Los anteriores
males son independientes del
credo particular en
cuestión y existen igualmente en todos los credos que se
ostentan dogmáticamente. Pero también hay, en la mayoría de las religiones,
dogmas éticos específicos que causan
daño definido. La condenación católica del control de la natalidad, sí
prevaleciese, haría imposible la mitigación de la pobreza y la abolición de la
guerra. Las creencias hindúes de que la vaca es sagrada y que
es malo que las viudas se
vuelvan a casar
causan un sufrimiento innecesario. La creencia comunista en la dictadura
de una minoría de Verdaderos Creyentes ha producido toda clase de
abominaciones.
Se
nos dice a veces
que sólo el
fanatismo puede hacer eficaz un grupo social. Creo que esto
es totalmente contrarío
a las lecciones
de la historia.
Pero, en cualquier
caso, sólo los que adoran servilmente el éxito pueden pensar que la
eficacia es admirable sin tener en cuenta lo que se hace. Por mi parte, creo
que es mejor hacer un bien chico que un mal grande. El mundo que querría ver
sería un mundo libre de la virulencia de las hostilidades de grupo y capaz de
realizar la felicidad para todos mediante la cooperación, en lugar de mediante la lucha. Querría ver un mundo en el
cual la educación tienda a la libertad mental en lugar de a encerrar la mente
de la juventud en la rígida armadura del dogma, calculado para protegerla
durante toda su vida contra los dardos de
la prueba imparcial. El mundo necesita mentes y corazones abiertos, y éstos
no pueden derivarse de rígidos sistemas, ya sean viejos o nuevos.
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